Por Loris Zanatta*
Son “pueblo” los Sena? La pregunta es desagradable, hay dolor de por medio, ay de especular sobre él. Si fuera por mí, ni se me ocurriría hacerla, no es mi forma de hablar. Pero como el “pueblo” es el arma política y lexical más obsesiva y poderosa de Argentina, la pregunta es obligada: ¿son “pueblo” los Sena?
El pueblo, dicen los populistas, es una categoría mítica. Tomemos uno entre muchos, total dicen todos lo mismo: “la persona social adquiere su plena identidad como ciudadano al pertenecer a un pueblo”. Yo no sé, me van a perdonar, qué es esa “plena identidad”, ni quién la define. Ni porqué debemos pertenecer a “un” pueblo de forma exclusiva, y no a varios de diferentes tipos al mismo tiempo.
Pero entiendo que según ellos, primero viene el pueblo, luego el ciudadano. Parecen palabras inofensivas, en realidad son la negación de la primacía de los derechos individuales, fundamento del Estado de derecho, de la protección de la persona frente a la coacción de la autoridad y de la colectividad.
Pero, ¿cómo es ese pueblo? Que lo cuente otro populista: el pueblo es “religioso, familiar, trabajador, solidario, generoso, festivo”. Una maravilla. Y posee un “alma”, el alma del pueblo, una persona colectiva, superior al “alma” de los individuos que lo forman. Otra vez: no hay ciudadano sin pueblo.
Huelga decir, los populistas son un disco rayado, que ante un pueblo tan puro tiene que haber un diabólico “antipueblo” que lo explota y corrompe. Una oligarquía cuyos rasgos son exactamente lo contrario del pueblo: todo lo bueno de aquél, es malo en esta. Y si a veces algo está mal en el pueblo, eso también es debido al privilegio oligárquico: al no ser un individuo, sino un “cuerpo”, el pueblo no tiene ninguna responsabilidad, es un eterno inocente, un perpetuo menor, su alma cándida peca por culpa ajena.
Tratándose de una representación muy burda, uno se pregunta cómo pudo calar tan hondo y durante tanto tiempo en la cultura política argentina. Un siglo antes que los populistas argentinos, los populistas rusos ya habían confundido por “armonía” la chata inmovilidad del pueblo, por radiante comunitarismo su aburrido conformismo. Aparentemente religioso y generoso, solidario y festivo, descubrieron que era un semillero de intrigas y codicia, mezquindad y deshonestidad. Que perpetraba y justificaba una violencia a menudo espantosa.
La respuesta es, por desgracia, sencilla: la sacralización populista del pueblo se perpetúa porque funciona. Y funciona precisamente porque es burda, maniquea, trivial. Porque no es menos mítica que el pueblo mítico al que aspira a representar. Al elevar al pueblo a la condición de víctima eterna, le da derecho a reclamar, en cualquier caso y por cualquier medio, la restitución de lo que, supone, le ha sido arrebatado. Y lo absuelve a priori de los efectos de sus actos.
Es lo que pasa con Milagros Sala y tantos otros. Al subordinar el individuo al pueblo, la conciencia individual al “alma” colectiva, cancela el sentido de la responsabilidad, sin el cual adiós confianza social, adiós legalidad, adiós ciudadanía. ¿Cuántos crímenes y abusos no se llevan a cabo en nombre del pueblo? ¿Del “todo” en que se esconde “la parte”?
Volvemos así a nuestra pregunta: ¿son “pueblo” los Sena? Obviamente sí: de pies a cabeza, del primero al último, del principio al fin. Según el manual del buen populista argentino, son pueblo de 24 quilates: dirigentes sociales, militantes “populares”, los favoritos de Dios. Y del pueblo llevan los rasgos.
A falta de la kantiana ley moral en su interior, el joven asesino de Cecilia pregunta en Internet si sentirá culpa. En ausencia de una conciencia individual a la que rendir cuenta, pregunta a youtube qué ocurre con el alma de su víctima. Protegido por la familia, amparado por el clan, en connivencia con la tribu, confabulado con la manada, Sena es pueblo, pero no es ciudadano.
La “cultura” de su pueblo le ha impedido aprender la ciudadanía. Y al ser pueblo, él es la ley, la ley es suya: “Que se vaya a c… la ley y que se vaya a la rep… la Constitución si no se contemplan los derechos de la gente”, dijo el pater familiae. Vox populi, vox Dei! Y como la ley es exclusiva de su pueblo, tampoco es universal: “al enemigo ni justicia”, ¿les suena? Así funcionan las mafias, bien populares en todas partes. Las bandas se llaman de hecho “familias”, el pueblo más primario.
El “problema” de Argentina, se oye por todas partes, es el individualismo. No estoy de acuerdo, creo que se trata de de un error de diagnóstico causado por la intoxicación populista. Y el caso Sena es una de las tantas pruebas. El individualismo, el individualismo sano, no es egoísmo, ¡es lo contrario del populismo!
Es responsabilidad y sentido cívico, es el antídoto para salvar a la persona de la presión conformista del pueblo, al ciudadano de aquellos, tan numerosos, que pretenden erigirse en sus portavoces, padres, guardianes, protectores. No se trata de criminalizar al pueblo: sería ridículo. Nacido en un medio popular, yo también creo que ahí las personas son a menudo, no siempre, más abiertas, espontáneas, agradables.
Pero las personas, no el pueblo como tal. ¡Cuántas buenas personas formaron los tremendos pueblos nazi-fascista y comunista! Bastaría con dejar de sacralizarlo, con dejar de usarlo como arma de chantaje moral masivo, porque pueblo somos todos y todos somos personas. La cultura política argentina se beneficiaría inmensamente, el lenguaje político ganaría en elegancia y sobriedad.
*Loris Zanatta es historiador. Profesor de la Universidad de Bolonia.
Fuente: Clarín
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