Martín Rodríguez Yebra
El sorprendente desenlace en el oficialismo desnuda la debilidad del kirchnerismo, que no tendrá representante en la fórmula de unidad; la venganza que concretó Fernández.
Sergio Massa se quedó con todo. El globo de ensayo de la fórmula Wado de Pedro-Juan Manzur explotó en el aire y una rebelión del peronismo territorial terminó por provocar un terremoto político sin precedente, al filo del cierre de listas. Quedó expuesta una novedad política de primer orden: el declive de Cristina Kirchner como conductora indiscutida del justicialismo.
Unión por la Patria va a las elecciones con una fórmula libre de kirchnerismo. Todo el tablero de la política nacional tiembla.
Alberto Fernández ejecutó in extremis su añorada venganza, después de soportar cuatro años de humillaciones crecientes por parte de su mentora. Acaso pueda decir que cumplió con su palabra: al menos en cuanto al propósito, declamado en una entrevista periodística que después negó, de ponerle fin a 20 años de kirchnerismo.
Fue el motor de la candidatura de Daniel Scioli, en la que nadie creía realmente, pero que se mantuvo en la cancha suficiente hasta el punto de amenazar al peronismo con una catástrofe electoral. Las PASO entre Scioli y De Pedro eran para gobernadores e intendentes con bastiones que defender como que les dieran a elegir con qué veneno morir.
Las patas cortas de la proclamación de De Pedro empezaron a verse por la mañana cuando el gobernador de La Rioja, Ricardo Quintela, reveló -sin la más mínima inocencia- los términos de las negociaciones que encararon sus colegas Gerardo Zamora (Santiago del Estero) y Raúl Jalil (Catamarca) para mediar entre Fernández y Cristina, que hacía meses que no se hablaban y no fueron capaces de sentarse a una mesa para buscar alguna clase de acuerdo.
“Alberto nos dijo: ‘Si quieren a Massa pídanlo y yo pongo el vice’”, contó Quintela por la mañana. Fue un misil. Le contó al país tres novedades fundamentales: que Fernández estaba dispuesto a descartar sin miramientos la candidatura de Scioli, tan adornada que estaba de actos, spots y promesas de color naranja; que los gobernadores querían a Massa como candidato presidencial y que la única salida posible era que cediera Cristina.
La neblina empezó a despejarse. Quedaba claro que lo del jueves había sido una operación desesperada en medio de una batalla feroz por el poder. De Pedro se devaluó como un peso al sol.
Zamora y Jalil tenían la palabra de Massa de que él diría que sí en caso de que Scioli saliera de juego y Cristina aprobara toda la maniobra. Faltaba un elemento vital: que Cristina aceptara las condiciones que fijó Fernández. “Está terco como una mula”, dijo por la mañana de este viernes un dirigente que lo sondeó sobre la posibilidad de bajar a Scioli. El “pichichi” había encabezado 24 horas antes un acto a todo trapo en el ND Ateneo. Puro teatro. Párrafo aparte para los Moyano: Hugo fue el jueves candidato por un día del sciolismo, y su hijo Pablo lo desafió a la misma hora con una foto sonriente con De Pedro. Otro signo de los nuevos tiempos.
La resistencia de Alberto no era -como se vio- por fidelidad al exgobernador. Exigía “cobrar”: el lugar en la fórmula era una exigencia innegociable. Finalmente apareció el nombre del jefe de Gabinete, Agustín Rossi, a quien Fernández nunca dejó de mencionar como un presidenciable, para sumarse a la fórmula con Massa.
El máximo drama
La decisión golpea dramáticamente a Máximo Kirchner, en quien Cristina había delegado la negociación de las listas y que hizo un estropicio con la imposición de un reglamento super restrictivo. Quiso ganarle a Scioli en el escritorio, una señal de debilidad que alarmó a dirigentes sensatos que exigían algo de orden en el armado electoral. Sobre todo, porque saben que van a una contienda complicadísima, al frente de un gobierno que no logra dominar la inflación y que enfrenta una alarmante carencia de dólares en la economía.
“Vamos corriendo de atrás y encima nos matamos entre nosotros, esto va a ser un desastre”, decía el jueves un ministro nacional que no podía creer que meses de gestiones terminaran resumidas en unas PASO entre dos candidatos que no llegaban a los dos dígitos en las encuestas.
“Se tienen que sentar Cristina, Alberto y Sergio”, insistía, con la última gota de optimismo. Al final fueron los gobernadores los que actuaron con fuerza. Ninguno, salvo el tucumano Osvaldo Jaldo (por solidaridad con su comprovinciano Manzur), dio la bienvenida a De Pedro. Y todos siguieron operando por la opción Massa. Incluso Axel Kicillof -que por afinidad ideológica no podía admitirlo- temía lo peor si no había un volantazo de última hora. Los intendentes del conurbano también tenían como su preferido al ministro de Economía.
Lo ven como el dirigente con mejor talla presidencial que pueden ofrecer, incluso cuando lo que se abre ahora es un escenario de incertidumbre. Massa siempre dijo que no podía ser candidato y ministro de Economía al mismo tiempo. ¿Cómo seguirán ahora las difíciles negociaciones con el Fondo Monetario Internacional (FMI)? ¿Quién lo reemplazará si cumple su palabra? ¿Cómo impactarán en su campaña los índices de inflación y los eventuales saltos del dólar?
El razonamiento de los gobernadores es que con Massa en la fórmula la posibilidad de una desestabilización se achica. La mayoría de esos caciques que fueron dóciles al kirchnerismo durante tanto tiempo ya renovaron su poder, al adelantar las elecciones provinciales. Pero temen a lo que vendrá: creen que es el momento de reordenar al peronismo. Y que si no se puede ganar hay que alentar un cambio de liderazgo.
Cristina entró en escena a arreglar el jarrón que rompió su hijo. Habló con los gobernadores, con De Pedro, con Manzur. El riesgo de que Unión por la Patria terminara en tercer lugar inundaba su ánimo desde hace tiempo, según dirigentes que la frecuentan. La Cámpora crujió. De Pedro, “el hijo de la generación diezmada”, se quedaba sin nada. Y Máximo salía del Congreso cabizbajo después de las 21, por la misma puerta por la que había entrado Massa una hora y media antes. La información que surgió desde el oficialismo era que había ido a ver a Cristina. Después el ministro hizo lo posible por desmentirlo. El desenlace llegó apenas después. Una breve comunicación telefónica entre el Presidente y su vice había sellado un pacto sin épica.
La fórmula Massa-Rossi deja afuera al kirchnerismo del ticket principal por primera vez desde que Néstor Kirchner llegó inesperadamente a la Presidencia, en 2003. Es una candidatura moderada, a la que le falta el condimento de las listas legislativas: este sábado la película completa para saber cuánto entregó Cristina y si lo que hizo fue resignar arriba para blindarse abajo. Quizá pensando en la futura oposición.
En cualquier caso fue el fin del dedazo. La decisión de la fórmula se corporizó en un tuit sin nombre, desde la cuenta de Unión por la Patria. El contraste con 2019, cuando Cristina inventó a Fernández con un video de redes sociales no puede ser más sintomático del tiempo que empezó esta noche del viernes.
Por Martín Rodríguez Yebra para La Nación
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