El prócer estaba preocupado por la pobreza y veía en la planta de la marihuana una forma de combatirla. ¿Conocía sus efectos psicoactivos? En su libro “Marihuana” Fernando Soriano investigó el tema.
“Nadie duda de que un Estado que posea con la mayor perfección el verdadero cultivo de su tierra es el verdadero país de la felicidad pues en él se encontrará la verdadera riqueza”, escribió Manuel Belgrano en 1796.
Preocupado por la miseria que veía en su tierra, el virreinato del Río de la Plata, el joven imaginó la libertad y también imaginó formas de producción que generaran riquezas.
Era hijo de un comerciante próspero y se había educado en Europa pero lo espantó la desigualdad. Entonces planeó cultivar la planta de cannabis -la planta de la marihuana- para hacer algo que había visto en Europa: fabricar con su fibra telas para distintos usos. No es algo muy distinto de lo que pasa hoy, cuando avanza el cultivo para producir aceite de cannabis y ya hay empresas que planean exportarlo.
En 1797, el prócer escribió el artículo Utilidades que resultarán a esta Provincia y a la Península del cultivo del lino y el cáñamo. Allí da sugerencias para quienes quieran apostar al cannabis como negocio. Y allí resalta: “Son increíbles los beneficios que proporciona a un país un nuevo cultivo provechoso”.
Todo esto lo cuenta el periodista Fernando Soriano en su libro Marihuana.
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Aquí, seis puntos de ese libro que cuentan lo que se propuso Belgrano.
Las ideas de Belgrano respecto del cáñamo
1. Cannabis como industria
“Cuando volvió de formarse en España, el prócer trajo la idea de darle una inyección poderosa al desarrollo de la agricultura sobre lo que todavía era casi un páramo. Quiso aplicarle al uso de la tierra un envión industrial y comercial y apuntó a la planta de cannabis porque, una vez cosechada, con su fibra se podían fabricar telas para ropas y aparejos para la navegación”.
2. Como en Europa
“Como simultáneamente sucedía en todo el continente americano, Belgrano buscó replicar, primero para la Corona y luego para la Revolución, un modelo que estaba siendo altamente exitoso en Europa. La propuesta quedó registrada en su bibliografía. De haber sido escrita hoy, absurdamente, le habría significado el mote de transgresor o drogadicto o narcotraficante o todo a la vez. Sin embargo, por las condiciones de la siembra, el cáñamo usado para desarrollo industrial tiene un bajísimo porcentaje del componente químico de la planta que provoca el efecto vulgarmente conocido como “vuelo”. El fin de su cultivo es, básicamente, aprovechar las fibras de su madera y raíces y entonces la planta crece alta y espigada y casi no presenta flores, que es donde se concentra el célebre THC, la molécula de la psicoactividad, sobre la que se escribirá más adelante”.
3. ¿Era un fumeta?
“Sería gracioso pensar que Belgrano era un “fumeta”. No es que quería tener un país lleno de porro, sencillamente porque es probable que desconociera los efectos psicoactivos. No existen registros que hagan creer que durante su formación en España el joven Manuel conociera que el hachís -cuyo uso es históricamente tradicional en la cultura árabe y por consecuencia territorial en la península ibérica- es la resina del cannabis. Y menos que lo hubiera probado. Lo que sí conocía bastante al detalle, gracias a su experiencia del otro lado del Atlántico, eran los beneficios industriales y comerciales de la planta y algo de su forma de cultivarla”.
4. Un insumo indispensable
“(…) entre 1799 y 1812, Belgrano abrió las escuelas de Dibujo, Matemáticas, Agricultura y Náutica. Su proyecto contenía la idea de fortalecer la educación pública fundada sobre la base del conocimiento. Para las últimas dos escuelas mencionadas el cultivo de cáñamo era indispensable. Belgrano quería que el Virreinato -y luego la flamante Nación- tuviera sus propios buques mercantes, y esos barcos precisaban de la fibra del cáñamo. El prócer fundó la escuela de Náutica con el objetivo de formar la industria naviera y tener barcos propios. No sólo se necesitaba formar pilotos; también, fabricar los materiales indispensables para que un barco navegara, entre los que estaban los productos hechos con la fibra del cannabis. En ese sentido, el uso aplicado en la industria naval era el de mayor rendimiento a nivel económico que se le podía dar a la fibra”.
5. Principalmente, las mujeres
“En el cannabis, justamente, veía una salida dignificante e igualitaria, ‘un recurso para que trabajen tantos infelices, y principalmente el sexo femenino, sexo, en este país, desgraciado, expuesto a la miseria y desnudez, a los horrores del hambre y estragos de las enfermedades (…), expuestos a la prostitución (…) a tener que andar mendigando de puerta en puerta un pedazo de pan’. Para él la pobreza podía combatirse con esta plantita de hojas finas y aroma dulce llegada de tierras lejanas. Y así lo escribió en su memoria, cuando aseguró que los ejercicios de cultivar lino y cáñamo serían ‘exterminadores de la miseria’”.
Belgrano pensaba, aún como funcionario de los reyes de España, que desde el Río de la Plata se podría exportar la materia prima para que la Corona, que también importaba ropas confeccionadas a base de cáñamo desde Francia, Inglaterra o Rusia, saque ventaja también de su producción. Por eso resaltó en su escrito que “los lienzos que usamos en toda América son extranjeros y que aun los que usan en la península la gente de comodidad lo son igualmente. Si nosotros les proporcionamos las materias primas en abundancia, no dudemos que se dedicarán a fabricarlas (…) y así veremos introducir en nuestros puertos con abundancia los lienzos manufacturados por nuestros compatriotas”.
6. Un manual de cultivo
“Por supuesto que Belgrano sabía que Chile había logrado atravesar la rompiente del cultivo básico y alcanzar cierta prosperidad (no sin dificultades) gracias al cannabis. Sus ideas renovadoras tenían eco del otro lado de las montañas andinas. Allí estaba Manuel de Salas, que era el síndico del Real Consulado de Santiago de Chile, y con quien el argentino mantenía una intensa correspondencia centrada en afinidad ideológica y en la idea de modernizar el continente. Ambos buscaban mejorar la producción agropecuaria y estimulaban sus conocimientos científicos. No sólo intercambiaban información, el prócer argentino le pedía consejos a de Salas sobre cultivo y también le mangueaba semillas de cannabis. De hecho, en una carta fechada el 15 de septiembre de 1798, el Consulado de Buenos Aires, con las firmas de Martín de Zarratea, Cecilio Sánchez Velazco, Manuel de Arana y el propio Belgrano, le agradeció formalmente la gentileza.
Con la experimentación que hizo a partir de esas semillas que Salas envió desde el otro lado de la Cordillera, Belgrano confeccionó un manual de cultivo que no ha perdido actualidad. En el texto Manuel tira ideas clave como si fuera alguno de los cultivadores que en el siglo XXI escribe en las revistas y foros de cultura cannábica. Belgrano explica que ‘el cultivo debe principiarse labrando las tierras en otoño o al principio del invierno’. Sobre las semillas advierte que se deben sembrar ‘a mediados de octubre’ y que ‘no deben ser antiguas, si tienen dos años, según se ha observado, no producen, y mucho menos si ha pasado más tiempo, porque el aceite que contienen pasando el tiempo se arrancia y, por consiguiente, se hace incapaz de la reproducción’. Incluso detalla cómo detectar si los granos son capaces de dar brotes.”
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