Opinión

AnálisisDe la encerrona del kirchnerismo a una oposición que se reconfigura

Por Carlos Pagni

as elecciones legislativas de ayer dejaron un resultado extraño. La aritmética indica que hubo un triunfo opositor, más amplio inclusive que el que se había registrado hace dos meses. El Gobierno perdió la mayoría en el Senado, un retroceso que el peronismo nunca experimentó desde 1983. La derrota tiene una dimensión simbólica dolorosa: el apellido Kirchner salió tercero en su casa matriz, Santa Cruz. Un sinsabor que compensará con la recuperación parcial en su sede central, la provincia de Buenos Aires. Allí no ganó. Pero achicó la diferencia de las primarias. Estas son las matemáticas. Una lectura política, en cambio, hace ver otros movimientos. La abstención siguió siendo elevada. No tan alta como el 12 de septiembre. Pero nunca hubo, desde la restauración democrática, una asistencia tan reducida como la de ayer para una elección general. Además, en la provincia de Buenos Aires continuó el avance de la izquierda trotskista, que sumó más de 40.000 votos respecto de las PASO. Esa vertiente antisistema es hoy la tercera fuerza nacional. En esa provincia y en la Capital Federal crecieron José Luis Espert y Javier Milei. Es la expansión de un discurso que va más allá del fiscalismo económico. Expresa una impugnación a la clase política y, por momentos, a la política en sí misma. Estas novedades hacen juego con la pérdida de votos que sufrieron las dos coaliciones dominantes desde las generales de 2019. El Frente de Todos sacrificó 5.200.000 votos en dos años. De ese caudal, dos millones pertenecen a la provincia de Buenos Aires, el distrito de su líder, Cristina Kirchner. Juntos por el Cambio perdió 1.170.000 votos, de los cuales 500.000 son bonaerenses. Si se mira la foto de ayer, ganó la oposición. Si se mira el proceso de los últimos dos años, perdieron todos. La principal incógnita de los próximos días está referida a cómo responden las fuerzas mayoritarias a ese mar de fondo. Si es por el Poder Ejecutivo, Alberto Fernández dio ayer una respuesta extravagante: convocó a un acto para pasado mañana, ya previsto, en la Plaza de Mayo, para “celebrar el triunfo”. Aquí nave nodriza llamando a Tierra.

La tergiversación no tiene fronteras. La vicepresidenta y sus seguidores más cercanos están tentados a presentar la reducción de la diferencia bonaerense como si fuera una victoria en términos absolutos. La contrastarán, además, con la ampliación del rezago nacional frente a Juntos por el Cambio, que será imputada a Fernández. Esa distancia es interesante: va de 42 a 33%. Si se tratara de una elección presidencial, que no lo es, la oposición estaría al borde de ganar en primera vuelta. El sueño de Mauricio Macri.

El resultado bonaerense es el resultado de la señora de Kirchner. Los votos del conurbano son el capital con el que interviene en la vida pública. Si bien ella no era optimista con el desenlace, la recuperación tenía bastante lógica. Primero, porque en la provincia el oficialismo había perdido 2,5 millones de votos entre 2019 y las primarias. No sería tan difícil recuperar parte de esas adhesiones. Victoria Tolosa Paz sumó ayer 450.000 votos a los de septiembre. Segundo, Diego Santilli corrió con la desventaja con que lo hace el ganador de cualquier interna: los perdedores, en este caso quienes habían votado por Facundo Manes, no son fidelizados por completo. Ese fenómeno se advertía en varios sondeos que la misma dirigencia de Juntos realizó en algunos distritos del conurbano. Tercer factor: la “platita”. Si se observa el modo en que el Gobierno repartió Aportes del Tesoro Nacional desde las primarias hasta la semana pasada, la diferencia a favor de la provincia de la vicepresidenta es escandalosa. El 31% de esos recursos fue para allí. Siguieron Santiago del Estero, Formosa y Catamarca, con 7% cada una. El impacto de estas tres variables fue perceptible en las últimas semanas para algunos estudios de opinión. Federico Aurelio, por ejemplo, supuso el sábado que habría un empate por la tendencia de observaba en las mediciones de los últimos días. Todos estos argumentos podrían servir a Santilli para presentar su performance de ayer como una hazaña. Aun cuando haya ganado por sólo 1,30 puntos porcentuales. Pero le juega en contra el éxito de su propia fuerza política en las PASO.

La revitalización bonaerense tuvo lugar, en especial, en la tercera sección electoral. Máximo Kirchner y La Cámpora consiguieron dar vuelta la derrota de septiembre en Quilmes, su meca. Sin embargo, esa mejoría relativa debe mucho más a intendentes no kirchneristas: los mejores números se dieron en Hurlingham, Merlo, Lomas de Zamora, Almirante Brown, Malvinas Argentina y San Martín.

El desempeño del Frente de Todos a nivel federal fue dispar. Y, en el promedio, mediocre. Derrotas en Santa Fe, Chubut y La Pampa, en este caso por una diferencia de 6 puntos, lo que cambia la composición del Senado. Juntos por el Cambio realizó su consigna: 5 senadores para “frenar al kirchnerismo”, como agradecía ayer por las redes Emiliano Yacobitti. Una alteración que debe tener de pésimo humor a Cristina Kirchner, la jefa de esa casa. A Juan Manzur parece haberlo perjudicado la Jefatura de Gabinete: el PJ cayó en Tucumán de 49 a 42%. “Juan XXIII” deberá convertirse en un Papa inexistente, imaginario.

Jorge Capitanich pudo corregir el fracaso de septiembre en Chaco. Igual que Gustavo Melella en Tierra del Fuego. Sobre este panorama gris, se consolidan liderazgos locales: Raúl Jalil en Catamarca, Gildo Insfrán en Formosa, Gerardo Zamora en Santiago del Estero y Ricardo Quintela en La Rioja son la referencia estable del poder federal en el PJ. Se corrobora la radicación del voto peronista en las crisis: el Norte y la tercera sección electoral bonaerense son la tabla con la cual sobrevivir en el naufragio.

A partir de este panorama es sencillo imaginar una conducta: la lealtad de las dirigencias locales será cada vez más cara para Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Axel Kicillof. Se notará pronto en el Senado. Las figuras de frontera serán mucho más apreciadas. Ejemplo: la astuta Lucila Crexell, del Movimiento Popular Neuquino, evalúa en estas horas armar su propio bloque para negociar cada medida en los próximos dos años.

En la provincia la factura ya está elaborada. Los intendentes que salieron convalidados de las urnas exigirán a Kicillof la descentralización de la Policía hacia los municipios. Una agresión lisa y llana a Sergio Berni. Los acompañará Martín Insaurralde, quien para terminar de controlar el gabinete provincial debería liquidar al ministro de Seguridad. Se agiganta un conflicto acerca de la lucha contra el delito en una atmósfera inquietante. El otro reclamo de los caudillos locales será que el oficialismo provincial se comprometa en la gestión de una sentencia que habilite nuevas reelecciones frente a la ley de María Eugenia Vidal y Sergio Massa, que las prohíbe. Massa se sigue oponiendo: sería dar un nuevo mandato a Julio Zamora, su sucesor y enemigo en Tigre.

Las elecciones de ayer confirman que también Juntos por el Cambio ha adquirido una nueva configuración. Por un lado, porque no hay un liderazgo único. Horacio Rodríguez Larreta flota en las alturas de una popularidad que codician sus colegas. Pero está lejos de ser reconocido como un jefe inapelable. Es por eso que debe lamentar que la victoria de Santilli no haya sido lo que fue, un resultado meritorio, y no una hazaña. Larreta deberá lidiar en su carrera con una diversidad desconocida. En su alianza florecen nuevas figuras, y muchas de ellas pertenecen al radicalismo, que sumó 3 bancas a su bloque de senadores nacionales. Entre esos dirigentes están Gustavo Valdés; el independiente Luis Juez y el radical Rodrigo de Loredo, que ayer ganaron en Córdoba por 54% contra 25% de la lista de Juan Schiaretti; la santafesina Carolina Losada; Facundo Manes; el ascendente Martín Tetaz: se suman a un firmamento radical en el que ya figuran Martín Lousteau, Alfredo Cornejo, Ernesto Sanz, Alfonso Prat-Gay y Gerardo Morales, entre otros. En el Pro mismo hay un rebalanceo: María Eugenia Vidal queda, al final de su campaña, con una red de relaciones distintas del universo de Larreta. Y se destacan algunos líderes impulsados por sus triunfos: por sobre todos, Rogelio Frigerio, que hizo una gran elección en Entre Ríos, con 54% de los votos. Quiere decir que también Juntos por el Cambio se federaliza, con protagonistas del interior que adquieren una voz mucho más poderosa.

A esta novedad hay que agregar la del ascenso de Javier Milei y José Luis Espert, que interpela a la alianza opositora en la Ciudad y en la provincia de Buenos Aires, más que a cualquier otra formación. Esta fuga de votos hacia una derecha más ortodoxa en lo económico, y más represiva en materia de orden público, afecta a dirigentes como Macri, Patricia Bullrich o Miguel Pichetto. Sencillo: Milei y Espert se alimentan de un electorado que, en la interna de Juntos por el Cambio, votaría por Macri, Bullrich o Pichetto. Por eso mismo, quienes pretenden avanzar en una renovación interna, deberán valorar a las figuras que podrían contener, en teoría, el drenaje de votos que se verificó ayer. En ese plantel está, por supuesto, Ricardo López Murphy, cuyo enfoque de la vida pública se vuelve, en este contexto, valiosísimo para la coalición opositora.

A ese populismo incierto que encarna el oficialismo le costaba reconocerse en el espejo: veía allí a un populismo con el Estado quebrado, sin plata, sobre todo sin dólares. Ahora el desconcierto debe ser mayor: es un populismo con menos calor popular, con menos votos. Sobre la plataforma de esta nueva realidad, Alberto Fernández tuvo ayer expresiones desconcertantes. Dijo que no haría cambios antes de conocer el resultado de las urnas. Cuando los conoció, inició una convocatoria a la oposición para un acuerdo en términos extraños. Es decir, recordando a los invitados que todos los dramas del país, salvo los de la pandemia, se deben a la secuela de su pésimo gobierno. Y celebrando que la economía protagoniza una marcha triunfal. En el marco de esa confusión conceptual, el Presidente anticipó que buscará un acuerdo con el Fondo, que pasaría a ser, así, la materia principal de un entendimiento.

Estas intervenciones de Fernández serían todavía más contradictorias si se excluye un dato sobresaliente: él no está hablando para la ciudadanía; tampoco para la oposición. Su receptor imaginario es siempre la señora de Kirchner. La persona que lo lanzó a la Presidencia con un tweet. Es a ella a la que le dijo ayer que no reformularía el gabinete. Y ella es la principal invitada a un pacto que socialice los ajustes a los que obliga un acuerdo con el Fondo.

En las próximas horas se sabrá la respuesta de la vicepresidenta. Ya se pueden presumir algunos rasgos del mensaje. Exagerará la recuperación electoral en la provincia para demostrar que su receta funcionó: cambio profundo en el gabinete de Kicillof y activismo político a través de una expansión fiscal. La combinación de ambas “soluciones” significa una presión mucho mayor sobre Martín Guzmán, a quien desde el kirchnerismo más estricto quieren ver, ahora más que antes, fuera del poder.

No es envidiable el dilema en el que Cristina Kirchner está atrapada. Nadie puede garantizarle una política económica que signifique que en los próximos dos años habrá una recuperación sistemática del salario real. Es decir: nadie puede garantizarle un programa que le asegure un triunfo presidencial para 2023. Si en ese momento está condenada, ella y su grupo, a pasar a la oposición, ¿por qué no hacerlo desde ahora? Sin embargo, esa ruptura con Alberto Fernández la convertiría en “Chacho” Álvarez. La desencadenante de una gran tormenta.

El Presidente también está en una encerrona. Hará un acto pasado mañana para alardear de alguna autoridad frente a su tutora. Pero sabe que sin ella carece de destino: dependería del auxilio de Juntos por el Cambio. Pero nadie de la oposición le suministrará ese auxilio, si Cristina Kirchner no firma antes los papeles. El juego del entendimiento nacional puede servir para ganar tiempo. Para que Sergio Massa postergue la traumática decisión de tener que definirse entre el Presidente o la vice. Para que Alberto Fernández siga procastrinando. Pero ese entendimiento es una quimera. Mientras el país esté polarizado, el único armisticio efectivo es imposible: sería un tratado entre Cristina Kirchner y Mauricio Macri. La única paz que funciona es la que firman los halcones.

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