El biólogo Enrique Derlindati explica el impacto de los desmontes en la región, desde los desplazamientos humanos que provocan hasta cambio climático y las enfermedades que propician.
Poco antes de que las inundaciones por el desborde del Pilcomayo asolaran el norte provincial, el gobierno de Salta resolvió acatar una recomendación del Ministerio de Ambiente de la Nación para detener los desmontes en 32 fincas de la zona. Y aunque esta vez el impacto del agua no tuvo una relación directa con la mano del hombre, las consecuencias de los desbordes de las cuencas de los ríos se agravan cuando el suelo pierde su cobertura vegetal y la porosidad que aportan las raíces en su interior, según publicó La Gaceta.
La medida, que Juan Manuel Urtubey definió como «insólita», pero que decidió obedecer, aparece en el discurso oficial del gobierno salteño como una suerte de avanzada antagónica con el programa de desarrollo sustentable que planea para los productores locales, aunque no haya demasiada evidencia científica que respalde los argumentos de «sustentabilidad» propuestos. Según el biólogo Enrique Derlindati, docente e investigador de la UNSa, parte de la confusión en torno al concepto tiene que ver con que esa «sustentabilidad» pretendida no necesariamente es la ambiental sino que puede ser social o económica únicamente.
El reordenamiento territorial que reglamentó la ley 26.331 de presupuestos mínimos para la conservación del bosque nativo, denominada Ley de Bosques, organizó las zonas de acuerdo a las categorías de conservación en tres tipos de áreas: rojas para las de alto valor y que no deben desmontarse, amarillas para las de valor medio pero que pueden recuperarse o verdes para las de bajo valor y que son pasibles de ser transformadas. En Salta, el 40% de los bosques nativos fueron arrasados por los desmontes.
«El objetivo real del ordenamiento es que aumenten las áreas rojas y amarillas, es una ley de conservación, no de uso productivo del suelo como se la planteó en Salta», define el biólogo y recuerda que cuando se hizo la presentación del ordenamiento, casi todo el departamento de Anta había quedado en un área roja por los valores de conservación que presentaba, pero finalmente resultó determinada como verde, «y pasó de ser una matriz boscosa con cultivos en el medio a ser una matriz de cultivos con parches de bosque».
OPUESTOS POR LA CONFUSIÓN
El planteo de la supuesta antítesis entre conservación y producción, dice Derlindati, es parte de la trampa del discurso. «En 1996 se autorizó el ingreso de la soja transgénica a la Argentina y en 20 años se hizo toda la transformación acelerada de los bosques. El ejemplo más extremo es Córdoba, donde no queda nada del bosque nativo, y ese es el modelo al que quiere apuntar Salta, pero a largo plazo no es un modelo ambientalmente sustentable», explica.
Desde el punto de vista económico, ese modelo tampoco conduce a un progreso sustentable y al desarrollo. «Salta es una provincia forestal. La parte baja de Salta, el chaco y los valles eran casi 100 por ciento bosques, lo cual plantea que debería haber un desarrollo de plan de manejo de bosques para ganadería, para explotación forestal o lo que sea», agrega.
Arrasar el monte sigue siendo, sin embargo, mucho más rentable que conservarlo, y ahí radica el gran nudo de la cuestión. «El desmonte es más fácil, y aunque no lo parezca también es más barato. Hay un montón de cuestiones de negocios inmobiliarios también detrás de la compra venta del suelo, que se mezcla con el destierro de pueblos originarios», asegura y anota en la descripción la necesidad de enfocar la conservación como una herramienta antes que como un objetivo. «Las áreas protegidas son una herramienta de la conservación, como los parques, las reservas, fuera de esas áreas que se utilizan como núcleos se tienen que emplear otras herramientas para la conservación y el manejo de los recursos naturales».
EL TRABAJO PROMETIDO
De la mano del desarrollo productivo, la gran promesa para quienes no son los grandes productores, los propietarios de las grandes fincas o los grandes negocios, es la de los puestos de trabajo cada vez más escasos en la región. Sin embargo, tal como explica el biólogo, el avance de la frontera agrícola en el tercer mundo sigue estando aliada al crecimiento de la pobreza.
El modelo no beneficia a los pequeños productores. En países como Brasil, África o el sudeste asiático el avance de la frontera agropecuaria se asocia directamente a la pobreza. «Se desplaza a las familias campesinas, aumentan los cordones de pobreza, las tierras de las familias pasan a ser propiedad de grandes empresarios y para la producción intensiva de carnes o cereales para la exportación».
Y mientras los desplazados por el monocultivo se van a los centros urbanos, cultivos intensivos como el de la soja avanza donde antes no lo hacía. «Antes la soja estaba limitada por la falta de precipitaciones en algunas regiones. Ahora desarrollaron soja también para ambientes más secos y por eso se empezó a cultivar en el chaco».
Con Anta casi completamente modificada en su monte nativo, lo que sigue para el avance de la siembra directa es Rivadavia y San Martín. Las advertencias ambientales, ante este panorama, también llegan con la potencial afectación de las condiciones climáticas. «El bosque funciona como una esponja y modula temperaturas. Si lo transformás en un desierto, también cambia el clima», resume.
El antecedente está en la pampa, con kilómetros incontables de campos y el drenaje de las aguas superficiales hacia lagunas receptoras, como el caso de Picasa, que el año pasado inundó toda su zona de influencia.
¿CÓMO USAR EL BOSQUE SIN DESTRUIRLO?
La cuestión, antes que cualquier otra condición, requiere de la decisión política de proteger el ambiente. «El bosque se puede hacer productivo, pero no al nivel del rédito que genera transformar y sembrar soja. Se pueden criar vacas en sistemas de intensidad media, con manejo de bosques, pero la soja da muchísma más plata, son idiomas diferentes», dice Derlindati y apunta que los controles que se aplican a los infractores de la ley son por ahora posteriores al daño provocado, con multas que muchas veces se consideran parte de los gastos y la inversión de los productores.
«En el norte en general hay una mirada positiva hacia la transformación del ambiente. Se sigue viendo al monte como tierra desperdiciada y cuando lo cultivan la lectura es ‘por fin están haciendo algo’. Esa percepción era lógica hace 80 años. Ahora ya no hace falta aumentar la superficie para aumentar la producción».
Además de degradar el paisaje, la sociedad y el clima, el desmonte altera además el equilibrio de especies y provoca, como en el caso de Brasil, la expansión de mosquitos transmisores de enfermedades como la leishmaniasis, zika, chikungunya, dengue. «Al eliminar el bosque se acelera el efecto invernadero, que genera un aceleramiento del cambio climático y hace que tengamos temperaturas mayores en latitudes más bajas. Eso hace que el mosquito aumente su área de distribución», dice el biólogo. «Los mosquitos habitan en áreas transformadas. Cuando había montes había más monos de los que se alimentaban. Ahora no hay monte, ni monos y buscan a los humanos. Es parte de la transformación».
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